
De repente, un misil plateado rompe la superficie y se lanza río arriba. Es el salmón, pez de carne muy estimada, que vive cerca de las costas y remonta los ríos en busca de aguas más oxigenadas. Resulta emotivo verlo junto a sus compinches, sorteando redes y trampas, anzuelos, rocas y troncos, con un objetivo marcado e inútil de impedir.
Pero, ¿cuál es la razón de este esfuerzo tan tremendo? Pues, todo ello es para poner y fecundar entre las piedras óvulos que signifiquen la reproducción de su especie, la prole de una nueva legión de salmones que bajarían nuevamente hacia el mar. Y es que su furia trepadora, esa estrategia desesperada de llegar, anidar, parir y fecundar, suele llevarlos a morir de agotamiento o en las bocas de los animales que aguardan en los ríos.
LA FE QUE VENCE AL MUNDO
Ahora bien, sin quererlo y a la vista de un documental, he aprendido algo de los salmones. Aquella carrera contra la corriente, yendo río arriba y sin que nada los detenga a pesar de la turbulenta oposición, a la larga no parece realmente una estupidez. La misma historia se repite dentro de una esfera corrompida llamada mundo, nuestro hábitat natural.
Porque el mugre torrente de la sociedad está fluyendo rápida y furiosamente, arrastrando hacia abajo todo a su paso incluyendo a muchos creyentes. A propósito, el liberalismo en las iglesias nos hace creer que la gracia sirve para abusar de ella, ignorando que es un tobogán hacia los brazos de Satanás. El mundo con su materialismo, inmoralidad y lujuria, cada día presiona más contra los cristianos, ahogando primero a los más tibios. Por ende, sería fácil dejarse llevar por la corriente, pero Dios nos pide que nademos en contra de ella. No es tarea fácil y quizás lo hagamos sin compañía, pero será lo correcto.
¿Acaso la Escritura no dice en la historia del profeta Elías que éste, en su oración a Dios, acusó al pueblo de Israel? Dijo: "Señor, han matado a tus profetas y han destruido tus altares; solo yo he quedado con vida, y a mí también me quieren matar".
También Jeremías, quien viviendo en medio de un pueblo rebelde, rodeado de idolatría e injusticia, oyó del Señor: «¡Conviértanse ellos a tí y no tú a ellos!».
Por tanto, si la peregrinación del salmón en la búsqueda de un destino a la vez infausto y taciturno, resulta honorable... ¡con qué más fervor debemos mantenernos firmes porque nuestra recompensa es grande en los cielos!
Cabe entonces la pregunta: ¿Sientes que estás nadando contra la corriente?
Veamos. Si tus costumbres y forma de hablar no son como los demás y tus vecinos o familiares te miran con tufillo lastimero, de esos que cuchichean: «pobrecito, le han lavado el cerebro», pues... sois bienaventurado, eso es una buena señal para tí. Jesús dijo «dichosos cuando, por mi causa... digan mentiras contra ustedes. ¡Alégrense! ¡Pónganse contentos! Porque van a recibir un gran premio en el cielo». Pero si el mundo te muestra el pulgar hacia arriba y gozas de aceptación popular, tengo noticias para tí... ¡Hace rato que te llevó la corriente! Entiéndelo bien, porque aunque te vaya de maravillas ya sea en los negocios o en tu vida afectiva, estás en problemas con Dios. Créeme, necesitas volver a tu primer amor.
EL AFÁN DE MULTIPLICARSE
Sin embargo, no basta el coraje para bracear contra el mundo, sino también el instinto de propagación asalmonada. Porque si al menos esos peces inconscientes consiguen procrear una nueva familia de salmones, cabría preguntarnos si como cristianos tenemos el mismo ímpetu a multiplicarnos por medio de la predicación y el discipulado.
Recuerda que Jesús no dijo "que vengan a nosotros" sino mandó "id y haced discípulos". O sea que de la misma forma en que Dios nos buscó primero, nosotros debemos tomar la iniciativa en lo que a evangelizar se refiere. ¡Hagamos que la gente se acerque a Jesús! Verás con qué recocijo pensarás en aquellos a quienes pusiste a los pies del Maestro. Te gozarás en los frutos que le diste y sabrás que tu obra no fue en vano. Después, cuando llegue el final de tus días y hayas peleado la buena batalla y guardado la fe, oirás un silbido apacible y delicado diciéndote: "Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu Señor"
Surge entonces otra interrogante: ¿Te ves familiarizado con el impulso reproductivo de nuestro amigo el salmón?
NO TE AVERGÜENCES DE DAR TESTIMONIO
Un filósofo alemán llamado Arthur Shopenhauer dijo: «El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad». Yo creo que esto puede ilustrar lo que sucede con los creyentes de hoy. Ellos no quieren hablan de Cristo porque temen el rechazo de la gente, les dá vergüenza testificar pues quizá serán marginados y criticados, todo eso sumado al miedo de quedarse sin amigos. Por eso viven un cristianismo encogido y hediondo, poniendo un pie en la iglesia y el otro en el mundo, tratando de quedar bien con todos, menos con su Señor y Salvador.
Esto es terrible pues están expuestos al vómito del Señor. La supuesta luz que habita en sus corazones yace debajo de la mesa, y su sal sólo sirve para ser pisoteada por los incrédulos. Por tanto, considero una lacra esta forma en que el diablo hace permenecer quieta e improductiva a la iglesia. Es deplorable ver a un hijo negar con sus hechos al Padre celestial. Por ejemplo, cuando está con los inconversos oyendo fatuas conversaciones y participando de sus obras infructuosas. Tampoco es digno esconder la Biblia en la calle o no dar gracias por los alimentos en algún lugar público. También es ridículo que en el trabajo nadie sepa que asiste a la iglesia.
Parece que pocos recuerdan que Jesús no nos dió un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Debemos tener el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: «Creí, por lo cual hablé».
JUAN ES LA VOZ
Quiero citar la experiencia de alguien muy particular, alguien que obviamente no fue el más querido del barrio. Este hombre fue un verdadero salmón que luchó contra la corriente de su tiempo, además que hizo muchos discípulos para la gloria de Dios. Se llamaba Juan el Bautista y fue un tipo que cumplió fielmente lo que el Señor le encomendó. Seguramente la sociedad actual lo tildaría de fanático y extremista. Sin embargo, su trabajo es digno de inspiración y ejemplo para muchos cristianos fríos y condescendientes.
El era un predicador cuyas palabras la gente se conmovía porque decía la verdad, los desafiaba a dejar el pecado y a bautizarse en señal de arrepentimiento. ¿Lo estás haciendo tú también?
En el caso de Juan, respondieron por cientos. Aunque las multitudes lo rodeaban, no buscó ser el centro, nunca olvidó que su papel principal fue anunciar la venida del Salvador.
Un día un grupo de chismosos le rodearon y le dijeron: «¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? (Juan 1:22)
Esta suele ser la bienvenida que el mundo da a los que quieren vivir piadosamente. Siempre hallaremos a gente que nos pregunte lo mismo: ¿tú quién eres? (o mejor dicho ¿quién te crees que eres?), y no por un interés sincero, sino con afán de desacreditar el testimonio. Cierto es que Juan tenía un aspecto muy llamativo: se vestía con ropa hecha de pelo de camello y usaba un cinturón de cuero. Comía saltamontes y miel silvestre. Todo esto fue muy intolerante para los orgullosos sacerdotes que no podían dar crédito a semejante hombre.
Ahora, eso es normal pues este rechazo al mensajero se repite a lo largo de toda la Biblia. Vemos a mucha gente que nadó contra la corriente recibiendo burlas y maltratos, hasta los metieron en la cárcel. A otros los mataron a pedradas, los partieron en dos con una sierra, o los mataron con espada.
Ahora bien, poniendo esto en paralelo con la vida cristiana, puedo parafrasear los pensamientos de algunos a quienes compartimos la palabra: «tú, que fuiste este clase de persona y antes te veía haciendo lo malo, ahora quién te crees, acaso eres mejor que nosotros?» Pero la Escritura dice: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica».
¡NO TE QUEDES CALLADO!
Yo creo que haríamos bien si seguimos el ejemplo de Juan el Bautista. Porque a pesar de su aspecto salvaje y no tener poder ni posición en el sistema político, habló con una autoridad casi irresistible. Dió palabras de verdad que movieron a muchos al arrepentimiento, aguijoneó a otros, motivando resistencia y enojo.
Igual como nuestro amigo el salmón. Porque a pesar de que debe luchar contra la corriente, también debe sortear muchos enemigos que buscan devorarlo. Sin embargo, este pez consigue esquivar y superar cascadas muy impetuosas, llevando a cabo increíbles brincos, enderezándose de golpe y elevándose.
Así también Juan fue un verdadero guerrero para los de su generación. No le tuvo miedo a nadie, ni siquiera a la muerte con tal de ganar almas para Cristo. Es más, aun desafió al rey Herodes a que admitiera su pecado, por lo cual su mujer con la que se unió ilegalmente, decidió librarse de este cristiano inflexible. A pesar de eso, le fué imposible detener su mensaje. Inspirémonos entonces con esas palabras que pronunció este confrontador intrépido, a quien no soy digno de desatar la correa de su calzado. Él respondió a sus inquisidores: "Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor..."
Ahora bien, este desierto no es el mismo que vió Juan. Vivimos en otra época. Hay más pecados y desenfreno; múltiples formas de ser tentados, también los hipócritas se han multiplicado. Incluso las iglesias infiltran "medio convertidos" (entiéndase la idea) con tal de aumentar sus miembros y sus ingresos. Por eso, aunque a veces susurre el corazón: «Ellos te consideran como uno que canta canciones amorosas, que tiene hermosa voz y toca bien el arpa. Escuchan tus palabras, pero no las ponen en práctica», la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.
¡Vamos, esfuérzate y sé valiente! Pídele al Espíritu Santo que te ayude a bracear contra las mugres olas de esta sociedad, pues no lo lograrás con tu propia fuerza. Ahora más que nunca el diablo empuja desde el otro lado. Más recuerda esto: Defender la verdad es más importante que la vida misma... ¡Creced y multiplicaos en la obra evangelizadora!
Esto es terrible pues están expuestos al vómito del Señor. La supuesta luz que habita en sus corazones yace debajo de la mesa, y su sal sólo sirve para ser pisoteada por los incrédulos. Por tanto, considero una lacra esta forma en que el diablo hace permenecer quieta e improductiva a la iglesia. Es deplorable ver a un hijo negar con sus hechos al Padre celestial. Por ejemplo, cuando está con los inconversos oyendo fatuas conversaciones y participando de sus obras infructuosas. Tampoco es digno esconder la Biblia en la calle o no dar gracias por los alimentos en algún lugar público. También es ridículo que en el trabajo nadie sepa que asiste a la iglesia.
Parece que pocos recuerdan que Jesús no nos dió un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Debemos tener el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: «Creí, por lo cual hablé».
JUAN ES LA VOZ
Quiero citar la experiencia de alguien muy particular, alguien que obviamente no fue el más querido del barrio. Este hombre fue un verdadero salmón que luchó contra la corriente de su tiempo, además que hizo muchos discípulos para la gloria de Dios. Se llamaba Juan el Bautista y fue un tipo que cumplió fielmente lo que el Señor le encomendó. Seguramente la sociedad actual lo tildaría de fanático y extremista. Sin embargo, su trabajo es digno de inspiración y ejemplo para muchos cristianos fríos y condescendientes.
El era un predicador cuyas palabras la gente se conmovía porque decía la verdad, los desafiaba a dejar el pecado y a bautizarse en señal de arrepentimiento. ¿Lo estás haciendo tú también?
En el caso de Juan, respondieron por cientos. Aunque las multitudes lo rodeaban, no buscó ser el centro, nunca olvidó que su papel principal fue anunciar la venida del Salvador.
Un día un grupo de chismosos le rodearon y le dijeron: «¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? (Juan 1:22)
Esta suele ser la bienvenida que el mundo da a los que quieren vivir piadosamente. Siempre hallaremos a gente que nos pregunte lo mismo: ¿tú quién eres? (o mejor dicho ¿quién te crees que eres?), y no por un interés sincero, sino con afán de desacreditar el testimonio. Cierto es que Juan tenía un aspecto muy llamativo: se vestía con ropa hecha de pelo de camello y usaba un cinturón de cuero. Comía saltamontes y miel silvestre. Todo esto fue muy intolerante para los orgullosos sacerdotes que no podían dar crédito a semejante hombre.
Ahora, eso es normal pues este rechazo al mensajero se repite a lo largo de toda la Biblia. Vemos a mucha gente que nadó contra la corriente recibiendo burlas y maltratos, hasta los metieron en la cárcel. A otros los mataron a pedradas, los partieron en dos con una sierra, o los mataron con espada.
Ahora bien, poniendo esto en paralelo con la vida cristiana, puedo parafrasear los pensamientos de algunos a quienes compartimos la palabra: «tú, que fuiste este clase de persona y antes te veía haciendo lo malo, ahora quién te crees, acaso eres mejor que nosotros?» Pero la Escritura dice: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica».
¡NO TE QUEDES CALLADO!
Yo creo que haríamos bien si seguimos el ejemplo de Juan el Bautista. Porque a pesar de su aspecto salvaje y no tener poder ni posición en el sistema político, habló con una autoridad casi irresistible. Dió palabras de verdad que movieron a muchos al arrepentimiento, aguijoneó a otros, motivando resistencia y enojo.
Igual como nuestro amigo el salmón. Porque a pesar de que debe luchar contra la corriente, también debe sortear muchos enemigos que buscan devorarlo. Sin embargo, este pez consigue esquivar y superar cascadas muy impetuosas, llevando a cabo increíbles brincos, enderezándose de golpe y elevándose.
Así también Juan fue un verdadero guerrero para los de su generación. No le tuvo miedo a nadie, ni siquiera a la muerte con tal de ganar almas para Cristo. Es más, aun desafió al rey Herodes a que admitiera su pecado, por lo cual su mujer con la que se unió ilegalmente, decidió librarse de este cristiano inflexible. A pesar de eso, le fué imposible detener su mensaje. Inspirémonos entonces con esas palabras que pronunció este confrontador intrépido, a quien no soy digno de desatar la correa de su calzado. Él respondió a sus inquisidores: "Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor..."
Ahora bien, este desierto no es el mismo que vió Juan. Vivimos en otra época. Hay más pecados y desenfreno; múltiples formas de ser tentados, también los hipócritas se han multiplicado. Incluso las iglesias infiltran "medio convertidos" (entiéndase la idea) con tal de aumentar sus miembros y sus ingresos. Por eso, aunque a veces susurre el corazón: «Ellos te consideran como uno que canta canciones amorosas, que tiene hermosa voz y toca bien el arpa. Escuchan tus palabras, pero no las ponen en práctica», la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.
¡Vamos, esfuérzate y sé valiente! Pídele al Espíritu Santo que te ayude a bracear contra las mugres olas de esta sociedad, pues no lo lograrás con tu propia fuerza. Ahora más que nunca el diablo empuja desde el otro lado. Más recuerda esto: Defender la verdad es más importante que la vida misma... ¡Creced y multiplicaos en la obra evangelizadora!
2 comentarios:
muy acertado el tema!! alienta mi alma y mi corazon que a veces desfallece!! Dios los siga usando!! muchas Bendiciones!!
Dios le bendiga Pastor, gracias por esta hermosa comparación y explicación 🙏🏻 Desde la Florida, USA
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