"La palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla", decía el poeta cubano José Martí. Al respecto, tiene mucha razón ya que el hombre está acostumbrado a la mentira, el engaño y toda boca siempre habla despropósitos. Peligrosamente el mundo ignora que con esto no hace más que exaltar al padre de la mentira, Satanás.Ahora bien, Dios es el único en cuya palabra no hay fraude. Todo lo que sale de su boca es limpio y es escudo a los que en Él esperan. Lo suyo es la neta expresión de su pensamiento, llámese su voluntad, y ésta se revela a través de algún instrumento de su creación. En este caso, y para esa época, Jeremías tendría el privilegio de anunciarla en medio de una generación que se había olvidado de su Señor. Su pueblo separado ahora vivía en extrema violencia y corrupción social. Acaso, ¿no había de castigar esto? –decía el Santo de Israel. Más, como siempre, su misericordia es incomparable y no disciplina a sus hijos sin antes llamar al arrepentimiento. La advertencia, en todo caso, es el inicio de su amorosa forma de despertarnos y no hacernos daño nosotros mismos, pues solemos darle coces al aguijón de nuestro orgullo.Dicho sea de paso, subrayo la importancia de reconocer la voz del Espíritu, estar con el oído presto a sus mandamientos que no son gravosos. Y es que todo creyente está llamado a desarrollar una estrecha comunión con su Dios, pedirle que agudice sus sentidos espirituales y a la vez despojarnos de todo peso que nos asedia. Debemos terminar de entender que separados de Él nada podemos hacer.Israel, el pueblo amado de Dios, escuchó pero no puso por obra el consejo, cerró su corazón y lo puso como diamante. Ahora bien, ¿estamos nosotros asimilando lo que el Espíritu nos dice? ¿O acaso le hemos contristado en un área que no queremos entregar? Recordemos que “El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; más el que escucha la corrección tiene entendimiento. (Prov. 15:32)
No hay comentarios:
Publicar un comentario