LA SABIDURIA DEL SILENCIO

“Desde el siglo he callado, he guardado silencio, y me he detenido…” (42:14)

La raíz primaria de este verbo detalla que con respecto a la impiedad de los hombres, Dios mismo se ha apaciguado, refrenado, se ha mantenido quieto, se ha hecho el sordo, ha disimulado, permaneciendo fiel a su bondad por la cual no hemos sido consumidos.


Y es que el impío hace lo que quiere y al parecer no viene juicio contra él. Incluso el salmista tuvo envidia de ellos al ver cómo prosperaban los orgullosos y malvados. A estos no les preocupa la muerte, están llenos de salud; no han sufrido las penas humanas ni han estado en apuros como los demás. Su orgullo es como un collar donde lo inmoral se viste de gala. Incluso con burla y descaro, se jactan de sus malos caminos ante los ojos de los hijos e Dios.

Otro salmista plasma mejor lo que Dios piensa de aquellos: “Estas cosas hiciste, y yo he callado; Pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos.” (Salmos 50:21)
En otras palabras, si Dios calla y es lento para la ira, no es porque tolere la injusticia ni mucho menos la apañe. Es porque espera un cambio en el pecador, un giro completo en sus caminos, pues durante mucho tiempo Dios perdonó a los que hacían todo eso, porque no sabían lo que hacían; pero ahora ordena que todos los que habitan este mundo se arrepientan y sólo a él le obedezcan. Porque ya decidió en qué día juzgará a todo el mundo, y será justo con todos.

“Porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse…”. Por eso es menester que si nos sabemos en falta con Dios y él calla, no es porque “olvidó” nuestras fallas, sino porque simplemente espera para tener misericordia de nosotros, perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.

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