Su fidelidad es grande

"Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada". (2:2)

Israel fue para con Dios como la joven que se enamora y se ilusiona con su prometido. El amor de su desposorio culmina con el casamiento a la salida de Egipto, y el formal contrato matrimonial en el Sinaí. El acto siguiente del amor de Dios fue el de haberlos guiado en el desierto, sin necesidad del auxilio de ningún dios extraño como el que ellos habían adorado desde entonces.
Sin embargo, debemos aclarar que era el esposo quien los guiaba y no de que ellos lo siguiesen a él desinteresadamente. Recordemos que Israel también llevaba el tabernáculo del ídolo Moloc y no quisieron consagrarse a Dios.
Ahora bien, para muchos cristianos de hoy sucede algo similar. Cuántas veces el Señor nos conduce, mantiene y sostiene, pero nosotros aún llevamos dentro el ídolo de nuestra frialdad y desobediencia. La ilusión del primer amor, la gloria de su bendición y el experimentar la gracia que libera, poco a poco va cediendo su lugar a los avatares de este mundo. Por algo Jesús le revela a Juan sobre los de Éfeso quienes aún sirviendo en la iglesia se habían olvidado de Dios.
Por eso, este es un mensaje que confronta, que llama a la reflexión y a doblar rodillas para pedirle al Señor que examine y limpie todo residuo de maldad e ingratitud de nuestro corazón. Recordemos de dónde venimos y cómo Dios nos sacó, y arrepintámonos haciendo las primeras obras que antes hacíamos.

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