DANIEL, VARÓN RADICAL

De muy jovencito fue llevado a un lugar despreciable para cualquier judío devoto. Un lugar donde pululaba la idolatría, el paganismo, la contaminación espiritual. Ese lugar era Babilonia y hasta ese entonces, constituía la primera potencia mundial.
La historia bíblica narra estos acontecimientos e incluso fuentes históricas citan que un tal Nabucodonosor capturó Jerusalén
en el año 597 a.C. y terminó con la destrucción del templo y la ciudad. Luego procedió a la deportación de muchos hebreos llevados a la fuerza a donde actualmente es el país de Irak.

Daniel, cuyo nombre significa “Dios es mi Juez”, israelita, de ascendencia real, fue llevado cautivo junto con sus amigos a este país como parte del botín caldeo y debido a su linaje y cultura, fue preparado para el servicio al rey.
Pensemos en lo que esto significó para el joven judío. El brusco choque emocional que experimentó al verse rodeado de hombres impíos, las burlas y vituperios que habrá recibido, el lenguaje áspero y la brutalidad de estos soldados babilonios que sin saberlo, guiaban a Daniel al lugar donde Dios le iba a revelar las más impactantes profecías.

Tal vez nuestro destino empiece de forma similar a la de Daniel. Venimos del cielo, cuando Dios nos tenía en su pensamiento y éramos sin recordar de ascendencia real. Luego, cuando entramos al mundo y fuimos creciendo y tomando conciencia, el sistema mundano nos arrebata y empieza a prepararnos para su servicio. El pecado se hace nuestro amigo y al final, terminamos abrazando el mundo, dándole gusto en todo lo que nos ofrece y convirtiéndonos en sus más fieles súbditos.

Sin embargo, no fue así para con Daniel. La Biblia enfatiza algo que debe ser como estandarte para esta generación. Un versículo que ninguno debería olvidar y menos aún evitar. La historia cuenta que a Daniel y sus amigos el rey les señaló ración para cada día, de la provisión de su comida y del vino que él bebía.
Pero Daniel “propuso en su corazón no contaminarse”…(Dan. 1:8) ¡Qué tal fidelidad al Dios que permitió ruina y destrucción a su amada Jerusalén! ¿Cuántos están dispuestos a permanecer fieles a su Señor en medio de pruebas y tribulaciones? ¿Cuántos pueden buscarle propósito a los designios del Altísimo?

Daniel “propuso en su corazón no contaminarse”… Esta frase encierra el principio elemental para la vida de todo cristiano: la santidad. No importa el medio donde estemos, tampoco el que procedamos de familias disfuncionales. Sólo importa el que cada uno proponga en su corazón renunciar a todo lo que intente separar nuestra alma de la dulce comunión con Dios.
Daniel lo entendió así. ¡Cuántos de estos hombres necesitamos en la iglesia de hoy! Jóvenes que se involucren en la obra, que no sólo digan heme aquí cuando se trate de reuniones y campamentos sino que con espada en mano, empiecen a arrebatar las almas cautivas hacia los pies de Cristo. Porque bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud, por eso necesitamos ver hombres radicales que se nieguen así mismos, que digan “No” a todo el arsenal satánico que para esta generación se ha armado más que nunca. Jóvenes que se abstengan de contaminar sus espíritus aunque el diablo les ruja día y noche.

Sin embargo, aquí también hay algo digno de resaltar. La Biblia dice que cuando Daniel dispuso en su corazón no contaminarse, Dios le puso “en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos”. En otras palabras, la firmeza de este joven fue premiada por Dios haciendo que aún sus detractores lo respeten y acepten su manera de honrar al Dios vivo. Y es que “cuando los caminos del hombre son agradables al Señor, aun a sus enemigos hace estar en paz con él”. (Prov. 16:7)
Aprendamos pues de Daniel, el profeta que desde su juventud se acordó de su Creador, el hombre cuya fidelidad y sagacidad, ocupó con éxito altos cargos en los gobiernos de Nabucodonosor, Belsasar y Darío. Porque el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre…

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