EL LLAMADO DEL RABI

Veamos lo que dice el texto de Juan 1:38 que alude el momento cuando Jesús empieza a juntar a sus primeros discípulos: “Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras?”

Es bueno resaltar que en la época de Jesús, los judíos distinguían entre tres títulos honoríficos para sus maestros, a partir del título inferior eran: “rab” = maestro; “rabbi” = mi maestro;
y “rabboni” = mi gran maestro, mi señor.

Ahora bien, el vocablo “Rab” se usaba para describir al maestro o al jefe que enseñaba la doctrina de la Torá y velaba por la salud espiritual del pueblo. Luego, el término “Rabí” surgió como la forma respetuosa de dirigirse a alguien como “mi maestro”, frase más íntima que el discípulo empleaba. Este adjetivo luego llegó a ser aplicado a los doctores de la Ley.
Por último, el vocablo “Raboni” era una forma más elevada de “rabí”, significaba “Mi gran Maestro” y se usó para Jesús en Marcos. 10:51 y Juan 20:16.

Lo interesante aquí radica en la forma estricta y radical que empleaba un Rabi para seleccionar a sus discípulos. Recordemos que los niños judíos desde los 5 años eran adoctrinados en la Torá asignándoles un “ayo” que se encargaba de cuidar su educación. Luego, a partir de los 16, el niño judío ya ha debido aprenderse de memoria los 5 libros del Pentateuco y continuar su crecimiento espiritual, más todavía si pretendía ser un líder religioso.

Pero en este caso, el varón tenía que tener más que un deseo o conocimiento de la Torá, pues quien pretendía hacerse discípulo de un Rabí, era el maestro quien después de interrogarle acerca de sus conocimientos de la Escritura y de cómo lo vivía, quien finalmente le calificaba y decidía si dejaba que le siga y aprenda. Entonces, vemos que era muy, pero muy difícil hacerse discípulo de un Rabí, aparte que también se trataba de un privilegio que requería mucho esfuerzo intelectual y consagración.

Ahora fijémonos en el gran contraste del llamado de un Rabí con el llamado que hace Jesús. Sorprendámonos con las exigencias para seguir a un Rabí con lo que nos pide el Señor.
Contemplemos a Pedro. Él no era un tipo espiritual y mucho menos se sabía la Torá por completo. Pedro era un hombre del vulgo, sin letras, pero sin embargo, ¡Cómo sorprendió a los religiosos después de Pentecostés!
El mismo apóstol Pablo, perseguidor de la iglesia, instruido, ¿humanamente merecía ser llamado? Quizás humanamente hablando, Dios debió destruírlo por concertir la muerte de muchos de sus santos.
A continuación, meditemos en el hecho de que cuando Dios llama, no nos pregunta si hemos leído la Biblia entera o si hemos aprobado el curso de religión… porque “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”.

Surge entonces la pregunta ¿Se considera dentro de este grupo? ¿Dios le llamó en base a su sabiduría o a alguna habilidad? ¿Dios le salvó porque lo merecía?
Observemos la galería de los héroes de la fe y comprobemos que ninguno buscó a Dios por su propia fuerza o conocimiento, es más, ninguno en el mundo lo hace sin que antes Dios le haya llamado primero. Porque “Nosotros no fuimos los que le eligieron a él, sino que fue Dios quien nos eligió a nosotros”. (Juan 15:16)

A título personal, he sido uno de los inmundos que Dios levantó de entre los muertos, si es que saben de lo que les hablo. El Señor me salvó de la fosa mortal, me libró de hundirme en el pantano, afirmó mis pies sobre la roca que es Cristo y dio firmeza a mis pisadas.
Dios ha sido bueno conmigo, y ahora le amo porque él me amó primero. Y lo extraordinario es que no tuve que hacer nada para que Dios se fijara en mí, Él lo hizo todo y me guardará sin caída si permanezco en fe y obediencia…

¡Feliz el hombre que confía en el Señor!

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