A ZAPATAZO LIMPIO...!

El pasado 14 de diciembre, vimos con sorpresa cómo un periodista iraquí en plena conferencia de prensa en Bagdad, le arrojó sus zapatos, seguiditos, uno después del otro, a un desconcertado presidente Bush quien sólo atinó a driblar cuando los improvisados proyectiles pasaban por su cabeza.

Es conocido en el mundo árabe el significado de esto, pues el repudio ante este presidente es masivo en el medio oriente, tanto así que el enervado periodista ahora ha sido declarado una especie de héroe nacional en su país. Y es que lo que no pudieron hacer los misiles enemigos, casi lo consigue este hombre quien también ha hecho inspirar a los creadores de Nintendo para comercializar un juego donde cualquiera puede lanzarle zapatazos al cuestionado presidente norteamericano. Sin duda, al menos en los países anticapitalistas será un éxito.
Vale investigar entonces, acerca de los móviles de lo que viene a ser la ira. En la psicología contemporánea, cuando se manifiesta la ira cada persona sufre trastornos fisiológicos, se le afectan las vísceras, el sistema nervioso y desde luego la actividad cerebral.
La sangre se le agolpa, el corazón salta, la garganta se anuda, la boca se seca, el sudor brota, las manos y las piernas tiemblan. La persona iracunda sufre una contracción del rostro, acompañada de una mímica de estupor plena, como plena rabia. Al hablar aumenta el tono de voz aunada a una tendencia exagerada a la gesticulación y en la mayoría de los casos, termina cuando se genera una respuesta violenta ante el estímulo que la provocó. (datos según la UNESCO)
Ahora bien, la Escritura no es ajena a los que también han pasado por arrebatos emocionales. La Biblia es clara al respecto cuando dice que la ira no obra la justicia de Dios, quien es el único que debe juzgar lo que hacen los hombres. Sin embargo, aquí tenemos algunos ejemplos de personas que no pudieron controlar sus ímpetus, y terminaron como quien dice "dando de zapatazos"...

EL GOLPE DE MOISÉS

Este siervo de Dios se caracterizó por ser el hombre más manso de todos los que había sobre la tierra. Sin embargo, tuvo un serio incidente tal vez movido por el tremendo estrés que tuvo a causa de pastorear a un Israel duro de cerviz.
Vale saber que los expertos señalan que el estrés es un estado de tensión física, mental y emocional que de intensificarse puede desencadenar en arrebatos de ira y conductas violentas.
También es interesante
alegar que entre otros factores que pueden llevar al estrés está la exigencia laboral. Conociendo esto, tal vez podamos comprender a un Moisés que convivió 40 años con un Israel que sólo le trajo dolores de cabeza; un pueblo bastante incrédulo, asustadizo y murmurador, que incluso alzó su mano en sublevación contra su líder.
La historia cuenta que estando el pueblo sediento en el desierto, Dios le dijo a Moisés que golpeara a la roca para que les dé agua. Moisés no tuvo inconveniente en hacerlo y el agua comenzó a fluir a borbotones. Pero tiempo después, Dios le había dado la misma instrucción con la diferencia de que ya no golpeara a la roca, sino solamente que le hablara.
"Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias". (Números 20:11)
Esta actitud de no darle la gloria a Dios, le costó a Moisés el ser excluido de pisar la tan ansiada tierra prometida. Moisés golpeó la roca que ya había sido maltratada y he aquí tenemos una gran comparación en el hecho de que Cristo que es nuestra Roca, ya no puede ser golpeado o crucificado dos veces, pues él, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios.
Toca al creyente de hoy, no volver a golpear la Roca de su salvación ni crucificar de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. Recordemos que Dios no puede ser burlado, y quien esté viviendo en pecado creo que ya es hora de arrepentirse.
No olvidemos nuestra única Roca Eterna, pues si los israelitas no supieron quien les daba el agua y la Roca que golpearon, nosotros ya lo sabemos:
"y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo" (1 Cor. 10:4)

LA LANZA DE FINEES

El caso de este sacerdote, nieto de Aarón y sobrino de Moisés, es muy particular pues aquí nos habla de una ira producida por causa de un celo santo, aquél que se siente por la honra de Dios.
A propósito, la palabra griega "celos" viene de una raíz que significa "estar caliente, entrar en ebullición" cuya raíz hebrea designa el rojo que sale al rostro de un hombre febril.
El relato bíblico dice que Israel había caído en fornicación con las moabitas y a causa de ello vino gran mortandad en todo el pueblo. La escena ha debido ser muy dramática, pues la ira de Dios se había encendido y no había nada que justificara tal afrenta. Los príncipes de Israel fueron ahorcados por su complicidad mientras Moisés y un remanente de Israel lloraban en la puerta del tabernáculo, impotentes por este episodio vergonzoso.
De repente y en pleno velorio emocional, vino muy campante un varón de los hijos de Israel y trajo una madianita a la congregación. ¿Se imaginan? Todos endechaban, lloraban y se bañaban en cilicio justamente por causa de la inmoralidad con las moabitas y encima se presenta este insolente luciéndose con su “novia”.

La reacción de Finees no se hizo esperar. Se levantó de en medio de la congregación, y tomando una lanza en su mano, fue tras el varón de Israel a la tienda y los alanceó a ambos, al varón de Israel, y a la mujer por su vientre. (Números 25:7-8). ¡Oh cuanto fanatismo! dirían los agnósticos y quienes no conocen el carácter de nuestro Dios… ¡cómo creer en alguien que tolera la violencia! replicarían los “justos”, los que no necesitan médico como los Voltaire, Marx, Sartre, Dan Brown.
Sin embargo, Los celos de Dios no tienen nada que ver con las mezquindades humanas. Dios no tiene celos de algún "otro" que pudiera serle igual, pero exige una adoración exclusiva por parte del hombre, al que ha creado a su imagen. Porque reconociendo a Finees, la respuesta divina tampoco se hizo esperar pues cesó la mortandad hebrea. Incluso hizo alianza con él y su descendencia otorgándole el pacto del sacerdocio perpetuo en Israel. Es más, la actitud de este paladín de la causa divina le fue contada por justicia y mereció la honra del Todopoderoso. (Salmos 106:30-31)
A todo esto… ¿Cuánto de Finees tenemos los cristianos de hoy? No digo que andemos por ahí con una lanza tratando de ensartar a cuanto carnal encontremos, sino más bien, vayamos a tener un celo vivo por las cosas de Dios. Aquel celo que nos consuma y nos lleve a empuñar la espada de la Palabra, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.

EL FUEGO DE JACOBO Y JUAN

El caso de Juan y Jacobo viene a ser la antítesis a lo de Finees. La Biblia narra que cuando se acercaba el tiempo en que Jesús debía subir al cielo, decidió ir hacia Jerusalén. Entonces, envió a unos mensajeros a un pueblo de Samaria para que le buscaran un lugar donde pasar la noche. Pero la gente de esa región no quiso recibir a Jesús, porque sabían que él viajaba a Jerusalén. Ahora bien, cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron lo que había pasado, le dijeron a Jesús: "Señor, permítenos orar para que caiga fuego del cielo y destruya a todos los que viven aquí". (Juan 9:54)
Aquí nos encontramos con un tipo de celo que no procede de Dios sino de la carne. Resulta obvio que ellos actuaron resentidos por el rechazo de los samaritanos y si a esto agregamos el conflicto racial y social de ambos pueblos, los sentimientos encontrados no tardaron en salir a flote. Por algo vemos que a estos hermanos les acuñaron el apodo de “hijos del trueno”. Pero antes de ver espiritualmente su actitud por demás vehemente, quisiera reforzar el punto con una investigación realizada en la Universidad de California en los Estados Unidos que habla acerca de lo que sucede cuando la gente que es rechazada.
En este estudio se determinó que el rechazo produce la misma reacción en el cerebro que el dolor físico. Los investigadores utilizaron tomografías cerebrales de individuos para observar los cambios del cerebro que se activaban durante una situación de rechazo o discriminación. Los sujetos participaban de un juego de pelota electrónico con dos personas más que en realidad eran figuras animadas y controladas por la computadora, pero se les decía que eran personas en otras computadoras conectadas a dis
tancia. En el juego, de pronto, los otros dos "jugadores" decidían dejar fuera a la persona real o se burlaban de ella. La tomografía estableció que el área del cerebro, de la persona discriminada, que se iluminaba y movilizaba era la asociada hasta ahora al dolor físico. En consecuencia, esto demuestra que el "dolor del alma", el dolor psicológico, sacude al organismo igual que el dolor físico.
Ahora bien, imaginemos a Juan y Jacobo siendo rechazados por los “despreciados samaritanos” que no quisieron recibir a Jesús. La indignación subió por sus mentes, el orgullo nacional también atizó los ímpetus y movidos por el fanatismo tomaron este incidente como algo personal. No nos sorprende entonces la reacción que tuvieron al decir: “Señor, permítenos orar para que caiga fuego del cielo y destruya a todos los que viven aquí".
Los hijos del trueno en este caso, actuaron egoístamente para satisfacer su orgullo caído, el desprecio que recibieron, no sintieron verdadero celo por la honra de Jesús sino por la suya propia. Además osaron hacer uso de su autoridad apostólica para obrar mal contra aquellos a los que precisamente Jesús vino a salvar.
Creo que no son pocos los cristianos que han sentido un recelo camuflado cuando la gente los desaira y menosprecia después de intentar compartir ese especial tesoro que tenemos llamado evangelio. Muchas veces podemos desear en nuestro aún nocivo corazón el secreto deseo que “si no quiere convertirse entonces que se vaya al infierno”.
Juan y Jacobo querían orar para sancochar a los pobres samaritanos quizás tratando de emular lo que hizo el profeta Elías a vista de los sacerdotes de Baal. Pero aquí se trata de salvar almas, de orar más bien para que sea el fuego del Espíritu Santo que descienda y convenza de pecado a los incrédulos cuya reacción común es rechazarnos.
Además ¿quién nos dijo que el mundo nos iba a amar? Si el mundo odia a Jesús, pues con mucha más razón lo hará con sus discípulos. Vale la pena recordar que esta batalla no es nuestra sino del Señor, y de que nosotros sólo somos soldados de Cristo y no comandantes, sabiendo de antemano que la guerra ya fue ganada por él para nosotros.

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